Editorial

La transición por el dominio del poder es la clave para comprender el momento que vive el país. Es un proceso que empieza a manifestarse con nitidez en el año 1989 con el mundial y tristemente célebre "Caracazo", expresión de un colectivo que se sintió engañado hasta por Carlos Andrés Pérez uno de los lideres fundamentales de la democracia bipartidista. La década de los noventa, demarca el período durante el cual ocurren los acontecimientos que muestran con claridad la degeneración de un sistema precario de partidos, o mejor dicho de dirigentes que les importaba muy poco satisfacer las esperanzas y deseos de sus electores. Dos intentos de golpes de estado, el triunfo de Rafael Caldera a contracorriente del partido que fundó, son los hitos claves para comprender el agotamiento de un esquema que estaba haciendo aguas.

Entender las características de este proceso sin embargo no obliga a asignarle connotación mítica alguna o lo que es peor llevarlo al plano de entidad autónoma, como si el proceso se manejara solo, más allá de las personas que están involucradas de uno u otro lado. Las circunstancias históricas en la que se mueve el país se expresan en función de sus actores, especialmente de las nuevas élites que nos pretenden gobernar. Es aquí donde debemos detenernos un poco, y considerar que el proceso expresa las motivaciones, las intenciones, las ideas. El cambio de unos actores por otros, cumple una parte del cambio, más no la totalidad del mismo.

La transformación del país, además de un nuevo liderazgo requiere los cambios en nuestro estilo de vida como sociedad que se acostumbró a vivir de la renta petrolera. La crisis de los partidos políticos tradicionales, debe entenderse también como expresión de un modelo de desarrollo que está haciendo aguas en lo económico, en lo social, en lo ecológico. De allí que pensar en la sustitución de personas por la simple sustitución de personas es insuficiente. Los nuevos actores requieren de nuevas ideas que permitan salir del agotamiento no solo de los viejos partidos sino también del esquema de desarrollo sobre el cual se sustentaron.

En la Venezuela de casi 23 millones de habitantes que tenemos hoy, en el marco de la globalización aplastante que debemos enfrentar, se debe pensar en el estímulo de una economía no petrolera, que permita la generación de empleos que incorporen el conocimiento local sobre las potencialidades y limitaciones de nuestros ecosistemas. El nuevo liderazgo político debe tener claridad sobre las oportunidades y restricciones asociadas a nuestra ecobase tropical. Por ejemplo, nuestras posibilidades de criar especies animales alternativas autóctonas como el chiguire, son mejores que para el desarrollo del ganado vacuno exótico de las latitudes templadas. Igualmente, las opciones que tienen nuestros bosques no deben restringirse a la explotación maderera, ya que la "cosecha" del bosque en pié abre perspectivas de interés no solo para la recolección sino también para la farmacopea biológica, uno de los sectores de punta de la globalización industrial.

Son diversos los ejemplos que podríamos exponer, sin embargo lo fundamental en este caso es contar con la voluntad de nuestros actuales dirigentes de cambiar no para que todo siga igual, sino para la transformación de fondo de un país que requiere de cambios sustanciales. En este sentido, para estimular la voluntad de cambio las Universidades deberían privilegiar la investigación y la divulgación del conocimiento sobre las opciones que tenemos más allá de la cada vez más precaria renta petrolera . Ningún proyecto de país a futuro puede descansar en la mono- producción de un rubro tan cuestionado a nivel internacional en el marco de convenios como el de Cambio Climático y de protocolos como el de Kyoto.

Las nuevas autoridades centrales de la UCV – a las cuales felicitamos- tienen en sus manos las posibilidades de nuevos contenidos para iniciar una negociación estratégica con el nuevo gobierno. Nuestras luchas por mejores condiciones de remuneración pudiesen tener como contrapartida el compromiso por nuestra participación en el diseño de un nuevo país, para el que se requiere empezar por generar la información que nos muestre las bondades de un camino más sostenible para nuestro devenir como pueblo y nación de la América tropical.