Algunas consideraciones sobre la participación de los padres en la actividad deportiva de los hijos

Lic. Ricardo López - Psicólogo

 

 

Cuando se habla del deporte, tanto como era concebido por los antiguos griegos o como lo imaginó Pierde de Coubertain, creador de los modernos Juegos Olímpicos, nos estamos refiriendo a una actividad humana socializadora, formadora física y espiritual. En una palabra, lo que en su sentido más elemental se entiende por educación. Y cuando se dice educación nos estamos refiriendo a un proceso que comienza desde el mismo momento del nacimiento y que se extiende a través de toda la vida.

 

Ahora, ¿qué y cómo es esa creación que parece ocupar un espacio de dimensiones colosales en las sociedades modernas ?: podemos iniciarnos definiendo el deporte como una actividad que se realiza en un tiempo y espacio determinado, que obedece a reglas establecidas solamente para ese momento y espacio, que posee un lenguaje y usos particulares, que sus objetivos se determinan según la especialidad a la que se refiere cada caso, y lo que tal vez sea lo más característico, que aunque lo que se efectúa en el espacio de los juegos deportivos tiene espacio y realidad sólo en ese momento, que sus resultados en general no alteren las circunstancias vitales de los practicantes directos o de los que únicamente observan. Se realiza y se entiende como si fuese una realidad que escapa a su espacio ya que son las emociones el motor principal que ha permitido que el deporte alcance y afecte a tantas personas.

 

Un importante sector de la sociedad que gracias a estas características educadoras está profunda y ampliamente involucrado en el deporte es el de los niños. La actividad física forma parte de las necesarias prácticas que debe realizar el cachorro humano para adaptarse y prepararse a convivir en su ambiente biológico y social. Y el deporte le brinda una forma programada, segura y divertida que le permitirá, dentro de las limitaciones de las urbes modernas alcanzar los niveles de maduración requeridas. En este quehacer educativo participan los instructores, los organizadores, los niños y sus padres. Pero el trío clave está formado por el instructor, el niño y los padres, y del buen equilibrio que pueda establecerse en esta relación dependerá el éxito de la tarea. La razón (y esto nos lleva a otro aspecto de la actividad física): el deporte puede hacer daño, no de por sí, si no gracias a los diversos factores que gravitan alrededor de él.

 

Alguno de estos factores son: la mala capacitación de los instructores que se traduce en mala planificación e instrucción errónea o peligrosa, las condiciones inadecuadas de las instalaciones, las condiciones de alimentación deficientes, condiciones de la salud pobres y las presiones psicológicas inconvenientes sobre el menor. Dentro de estas situaciones psicosociales inconvenientes una de las más perniciosas son las que se crean por la inadecuada participación de los padres en la práctica deportiva. A los padres podemos catalogarlos, sólo con fines de caracterizar, como de participación y los de no participación. Estos últimos son aquellos que no se involucran en las actividades deportivas del infante, que las utilizan como un espacio de tiempo en que pueden desembarazarse de la responsabilidad de tener al niño, y poder realizar otras actividades o, aquellos que no les interesan las prácticas deportivas y que inscribieron al hijo por presiones de este mismo o de sus amigos y familiares. En estos casos el niño tiende a convertir a los entrenadores y dirigentes en padres sustitutos con quienes pueden compartir sus triunfos y derrotas. Estos jovencitos, por lo general, abandonan pronto la practica deportiva. Los otros tipos de padres son los que se involucran tanto de manera positiva como negativa. Esta es una diferenciación descriptiva. Ambos, en principio, se acercan al deporte por las mismas razones pedagógicas o como un instrumento de formación integral. Las diferencias entre ambos tipos comienzan cuando las circunstancias inherentes a la actividad deportiva aparecen. La competencia, la comparación con otros niños y sobre todo los factores emocionales son los que han permitido que esta actividad sea tan popular. Si el niño posee algunas cualidades que permiten distinguirse del grupo, si por alguna circunstancia es de depositario de la admiración social de su entorno, entonces los padres que se involucran negativamente muestran sus características.

 

El integrado negativamente se distingue por la indiferencia. Es el que gana o pierde. Se proyecta en el hijo y pasa a ser atleta y ambiente al mismo tiempo y los fracasos, o los que él interpreta como tales, lo afectan terriblemente. Al estar involucrado emocionalmente es poco racional ante la frustración, y culpa a jueces por hacerles trampa o a los compañeros por envidiosos. Es el caso de los padres quienes en las competencias vociferan insultos a los competidores, a los árbitros y a sus propias hijos y los retiran cuando tienen un fracaso.

 

El integrado positivamente mantiene una diferenciación con sus hijos, lo identifica como un sujeto distinto de él mismo, es capaz de reconocer y validar el ambiente que rodea al atleta y aceptar las reglas que señalan como necesarias los entrenadores y las autoridades. Se integra como factor coadyuvante. Apoya al atleta en su desarrollo deportivo con la misma fuerza que con sus éxitos y fracasos escolares.

 

Como definitivamente la integración positiva de los padres es necesaria si queremos tener éxito en la formación integral de nuestros atletas desde la infancia, debemos incentivar la creación de mecanismos al estilo de las Escuelas para Padres, en los que entrenadores, dirigentes, docentes y los mismos padres participen en un programa de formación deportiva que integre a este vital sector del deporte menor a la cultura del deporte.

 

 

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